Por suerte o por desgracia los perros no hablan, así que a veces puede que sea difícil saber si están sufriendo dolor. Afortunadamente la respuesta que da el perro al dolor es muy similar a la que damos nosotros. Dependiendo de su nivel de tolerancia al mismo, de su intensidad y de su origen observaremos cambios en el comportamiento que persiguen evitarlo. Estas conductas evitativas serán más o menos marcadas, por lo que es importante conocer bien cuál es el comportamiento normal del perro en cuestión para darnos cuenta de los cambios.
Estos cambios pueden manifestarse en forma de alteraciones generales del comportamiento que van desde la depresión/apatía del animal, pasando por la pérdida de apetito y jadeos anormales, hasta situaciones de evitación social o incluso agresividad, especialmente cuando el dolor se hace más intenso al tocar el área causante de dicho dolor.
En términos más concretos puede observarse alteraciones posturales o del movimiento: el perro evita realizar aquellos movimientos y posturas que intensifican el dolor. Un ejemplo sencillo es el de no apoyar aquella pata que está lesionada. Igualmente puede darse una conducta de acicalado excesivo de la zona doliente, que puede traer situaciones más graves, como ocurre cuando una pequeña lesión en la piel se complica en dermatitis por lamido, aunque el dolor sea una respuesta fisiológica de protección cuya función es evitar el agravamiento de una lesión.
Aquellas posturas anormales que el perro adopta para evitar sentir dolor o para disminuir su intensidad reciben el nombre de posturas antiálgicas. Un ejemplo de éstas es el encorvamiento que puede observarse ante un dolor abdominal. Con esta postura el animal persigue reducir la tensión que ejercen las paredes del abdomen sobre los órganos de la cavidad, que es donde el dolor tiene su origen.
A veces darnos cuenta del problema no es tan sencillo, pues la tolerancia que tiene el perro concreto al dolor varía de un animal a otro. Además, como ocurre con las personas, el dolor es difícil de cuantificar objetivamente. Incluso ocurre la situación que el dolor puede confundirnos sobre el origen del mismo, pues el dolor es un mecanismo nervioso que puede originarse por una lesión física localizada, pero también puede originarse en el sistema nervioso sin que tengamos una lesión aparente en la zona dolorosa. Un ejemplo de esta situación es el dolor que se observa en un pinzamiento en la columna: el dolor no se manifiesta más intensamente en el lugar donde está la lesión, sino que se refiere a las zonas que están inervadas por los nervios afectados.
Ocurre también que el dolor se siente distinto en función del tejido afectado. Es fácil localizar el lugar exacto de la lesión en el caso de dolor muscular o del esqueleto, pero no cuando el problema es de un órgano interno: una espina clavada en un dedo es fácil encontrar, pero para conocer la causa de un dolor abdominal, cuya percepción es más difusa, conviene realizar exploraciones más detalladas, incluso con técnicas diagnósticas más informativas como puede ser una ecografía o una radiografía.
Lo que es realmente importante es darnos cuenta cuanto antes de la existencia de dolor, tanto para tratar cuanto antes el problema que lo origina como para tomar medidas para reducir su intensidad. Ya que el dolor, aún siendo una respuesta fisiológica para proteger el organismo de la complicación de lesiones, se ha demostrado que retarda la recuperación de la lesión. Es por este motivo que se usan tratamientos contra el dolor incluso antes de que aparezca en las intervenciones quirúrgicas. De esta forma se ha logrado acortar el tiempo de recuperación del perro, además de mejorar sensiblemente su bienestar.
Además, se ha visto que si el dolor no se trata puede convertirse en crónico y requerir medicación de por vida, ya que los nervios quedan «sensibilizados», incluso cuando la causa de ese dolor ya ha sido resuelta.
Equipo veterinario de www.Ortocanis.com